Se me fue su sonrisa, que me daba alegría,
y marchó con su encanto la ilusión del amor;
y quedaron mis sueños en doliente agonía
recordando en las noches su divino esplendor.
Se me fue su mirada, con la luz que ofrecía
de quimera hedonista, su más regio fulgor;
y perdí de sus manos la caricia que un día
le ofreciera a mi vida su más tierno calor.
Con el viento volaron sus amantes promesas,
y se fue disipando su pasión tan febril;
y sus labios carnosos, con dulzura de fresas,
me negaron su beso tan divino y sutil;
¡y quedaron en mi alma sus palabras impresas
como queda en las rosas la sequía de abril.
Autor: Aníbal Rodríguez.