Cantaba la luna roja
coplas de muerte y condena,
en aquella madrugada
de captura y de tristeza.
El viento le preguntó:
─¿Por qué llevas tanta pena?
─¿Por qué tu carita blanca
hoy encarnada se muestra?
Y aquella le contestó,
con su voz que era una queja:
─Porque busco a la justicia,
pero mi luz no la encuentra.
─Presiento dolor y llanto
esta madrugada enferma,
por eso mi tez de grana,
color de sangre morena.
Un fragor, un ruido seco,
todita Granada tiembla,
y grita el silencio herido:
“¡Han matado al gran poeta!”.
Van llorando los gitanos
entre luto y entre velas;
se estremecen sus guitarras,
pero esta noche no suenan.
No hay cante jondo en las fraguas,
no hay palmas ni castañuelas,
solo almas desconsoladas
vestidas con ropas negras.
Los olivos han escrito,
con tinta roja, muy fresca:
“Tienen los que te han matado
por corazón una piedra”.
Te llevaron, Federico,
en esa noche funesta;
aquella de un mes de agosto
que será agonía eterna.
Te elevaste inmenso, grande
con brillo de mil estrellas;
se vistió el cielo de versos
cuando llegaste a su vera.
Se llevaron tus verdades
tu cuerpo, tu vida plena,
pero dejaste un legado
y eso nadie se lo lleva.
Han llorado los luceros,
los olivares, la tierra,
y al saber que ya no escribes
han llorado hasta las letras.
Vive siempre, Federico,
nunca morirás de veras;
muere quien es olvidado
y a ti todos te recuerdan.