¡¡YO TUVE UNA GRAN CASA!!
Estoy tan llena de recuerdos, de realidades en mi mente que surge en mí, le imperiosa
necesidad de plasmarlas, escribirlas porque la realidad cotidiana, aunque es amable,
hará que las olvide.
Veo en mis fotografías, una joven muy delgada con un vestido blanco, su pelo largo
y un rostro infantil, sin pasado.
Pero eso es lo que yo veo, no sé quien pueda ver más, pero esa soy yo, una mujer
con un vestido prestado, los zapatos de mi suegra y solo son míos, unas medias
de transparencia color hueso y una vincha que la compré por ahí sin pensar
mucho, porque comprar flores de verdad sería una incomodidad ya que estudiaba
de noche, y trabajaba de día.
Eso no importa mucho, porque de lo que quería hablar es de un pasado
que todos o casi todos tuvimos.
La rayuela, mis hermanos en el colegio y la tiza blanca, o solo sobre la tierra,
esos recuerdos impregnan esta mañana en donde ese juego no terminaba,
hasta que mis pobre piernas se agotaban, me levante apurada porque se iba a ir de
mi memoria, quería capturarla como en una fotografía porque quería hacer panques para el desayuno de Martin
mi hijo y quería tomar té solo, no el famoso cafecito con su alegre aroma.
Yo tuve una gran casa, con escalones al frente donde veo pasar gente, autos,
caballos, los árboles y el polvo, los escalones de atrás de mi casa, el aljibe,
la roldana y el balde. Sonoramente baja ese balde y junta el agua de lluvia
y sube con mis dos delgados brazos y lo apoyo al borde,
no me molesto en buscar una jarra, la bebo desde allí, glotona niña, entre las ocultas
enseñanzas de mi padre y la ingenuidad traviesa de tomar
el agua fresca sin más deseos que saciar la sed, esa frescura en la mañana de mi pasado.
Yo tuve una infancia, la que siempre he contado, con carencias.
Pero ahora mismo, no veo que me falte nada, esos momentos memorables de las calurosas siestas
en donde nos obligaban a dormir la siesta, sin mis hermanos yo las ignoraba, y mis juegos solitarios
rodeada de los jardines de mi padre, tanto detrás en los patios, como adelante entre las palmeras y
las naranjas amargas.
Esto no es un cuento, es una prosa, mis vivencias, de niña peligrosa y sana,
colgada de las argollas en una gran glorieta o sentada en esos escalones,
impregnada de la brisa con aroma que ese verano caluroso despertaba después
de la lluvia me traen a mi memoria. Son las glicinas, enredadas con el jazmín de lluvia,
una flor muy pequeña, la santa Rita fucsia y la madreselva, son tupidas
como dice Bécquer, generosamente aromadas.
No puedo pensar en cómo pensaba esa joven que decidió casarse,
y mi gran amiga, que se fue al otro mundo, ella usó ese vestido, pero llevaba en su pelo negro y bien peinado
un arreglado ramo de flores rojas.
No puedo recordar que pensaba esa niña en los escalones de atrás de mi casa
que miraban, al cielo inmensamente celeste y el sol filtrándose por las ramas de los árboles,
no recuerdo si estaba mi abuela, o mi padre, pero yo estaba allí mirando a los enanos
del jardín, ese galpón al que le tenía miedo; yo no me acercaba demasiado,
solo veía muebles viejos y un cortinado verde musgo y ese olor a lo guardado.
Pero tengo muy presente que yo tuve una casa, dónde la lluvia no era la vil
llovizna de Buenos Aires, eran gloriosas gotas de agua que regaban a las plantas,
que limpiaba el aire, y la brisa se desparramaba con las exquisitez de su olor de la tierra mojada.
Yo tuve una gran casa, donde las hojas de las palmearas se convirtieron en la
hamaca giratoria de los parque de diversiones y la higuera con sus dulces frutos
y el árbol de las moras.
Esas moras que no recuerdo haberlas lavado,
Solo sé que mi abuela me hacía las trenzas y si me ensuciaba me tironeaba como
leve castigo, por ensuciarme el vestido que con sus dedos y esa Singer me cocía.
Esa Singer recorrió mi pasado generoso hasta llegar a mi casa de madre,
con tres hijos y con la que cocí mis cortinas y el vestido de comunión de Lucia mi hija.
He cocido muchas cosas, con placer y emocionada.
Y para concluir , yo tuve una gran casa, una niñez que jamás fue solitaria.