En el correr del tiempo fui alimentándome de amor
hacia una muchacha, una mujer, una dama
a la que nunca o apenas pude hablar.
Desde la adolescencia la veía de un lado a otro de mi vida.
Mi timidez me impedía acercarme, la miraba de reojo para que ella no se percatara;
fui guardando en lo más profundo de mi memoria cada instante donde la veía,
jamás me atreví a decirla que me gustaba, que la soñaba.
Pero el azar quiso un día, ya en la madurez,
muerta la timidez,
que nos encontráramos,
despertando un volcán de sueños dormidos,
y en una locura extrema me declaré a ella.