Hay dos poemas que quiero recitarte:
una para la mañana nívea y pura como tu piel,
y otra para la noche muda, para la noche negra…
para la noche negra como tu cabello.
Un poema que diga así:
como de tu piel brota clara la mañana
y resplandece en tus ojos el brillo del sol.
Confundo en tu piel una nube de terciopelo que
dibuja en calma mis deseos.
Difuso creo ver en tus ojos el sol, ¡justo allí!
hay unos candidos ojos que me hablan de ti.
Confundo tu piel y confundo tus ojos
con deseos y sueños sinceros,
para que el esfuerzo permita apremiar mis anhelos,
y para que desde mis sueños lleguen a mirarme hoy
tus ojos morenos.
¡Cuántos cielos miro en tus ojos, mujer que te amo!
cuando tu sonrisa me mira, y cuando me abres los brazos,
queriéndome abrir tu corazón.
¡Cuántos cielos miro en tu sonrisa, mujer que me amas!
cuando estas sentada y callada, admirando la noche
estrellada;
Te contemplo, pequeño desde lejos,
¡y eres todo mi mundo, mi estrella enamorada!