(Soneto clásico)
Deja que te despoje los temores,
que, como sucia ropa percudida,
opacan esperanzas en tu vida.
Deja enjugarte todos tus dolores.
Permite que mis brazos, cual amores,
afloren los ungüentos en tu herida.
Tú, que eres del poeta, la elegida,
permíteme que sea rojas flores.
Tesoro de mi alma, sé lo alegre,
los colores que irradian altas prendas;
deja que se disuelva aquel orfebre
en cada poro y vena, en encomiendas…
Deja que mis poemas sean fiebre,
sean alivio y cura, sean vendas.