Todo tiene su instante,
en la infinita urdimbre de los días,
un eco que se desliza suave
como un suspiro entre las horas vacías.
Hay un tiempo para nacer,
y un tiempo para morir,
la vida, flor en el desierto,
se marchita en su propio sentir.
Hay un tiempo para plantar,
y un tiempo para cosechar,
donde la tierra guarda el secreto
de lo que fuimos y seremos al andar.
Las manos, que antes acariciaban el barro,
hoy se alzan al cielo,
preguntando en silencios amargos
si el fruto que llega es sueño o desvelo.
Tiempo de herir,
y tiempo de sanar,
las cicatrices que el tiempo borra
y las que se quedan para recordar.
En cada herida, un suspiro del alma,
una lágrima que se niega a secar,
pues sabe que en el dolor también se encierra
la chispa vital que nos hace volar.
Hay un tiempo para destruir,
y un tiempo para edificar,
entre ruinas y cimientos,
donde el corazón se atreve a soñar.
Las torres que el viento derrumba,
se alzan de nuevo en la fe,
y en cada piedra puesta con amor
late un anhelo que nunca se ve.
Tiempo de llorar,
y tiempo de reír,
el alma, mar en calma,
o tormenta a punto de partir.
En la risa se esconde un sol que asoma,
y en la lágrima, la lluvia que alimenta,
así se traza la senda de la vida,
entre lo que se pierde y lo que se encuentra.
Hay un tiempo para abrazar,
y un tiempo para dejar ir,
como el sol que en su ocaso
se despide sin resistir.
En cada abrazo, un pedazo de cielo,
y en cada adiós, una sombra que pasa,
más siempre queda la huella latente
del amor que en el tiempo se enlaza.
Tiempo de buscar,
y tiempo de perder,
donde el corazón se aventura
o se rinde al no poder.
En la búsqueda, la esperanza renace,
y en la pérdida, el alma se halla,
pues en el vacío se encuentra el espacio
donde el espíritu en paz se explaya.
Todo tiene su hora,
en el reloj de lo eterno,
donde el destino borda
el destino en un silencio tierno.
Las agujas marcan un paso sagrado,
un ritmo que solo el alma escucha,
y en cada giro, una nota perdida
que en el cosmos eterno se escucha.
Y así, en la danza de los días,
el corazón se inclina y espera,
pues sabe que en cada ciclo
se esconde una chispa, una primavera.
Y aunque el invierno ponga su velo,
y el otoño, susurre su despedida,
siempre habrá un nuevo despertar
en el canto dulce de la vida.