En un lienzo blanco, sueños de colores,
diecisiete y diecinueve,
almas gemelas,
como dos estrellas que se perdían en la noche.
Piel de seda, suave como el pétalo de una rosa,
cabello de sol, que iluminaba mis días,
labios de melocotón, que susurraban mi nombre,
vivía junto a mí.
Un pincel de sombras, inesperado y cruel,
pintó mi lienzo,
cortando el hilo que nos unía,
como un frágil hilo de seda que se rompe al viento.
La adicción, un monstruo invisible,
la envolvió en sus garras, robándole la luz.
En la escuela, su cabello, un sol que me guiaba,
soñaba con un amor puro y eterno,
un amor que se apagó como una estrella fugaz.
La oscuridad envolvió mi mundo,
dejándome sumido en un mar de dolor.
A los quince,
mi corazón latía por ella,
su risa, mi oasis,
en el desierto de mi adolescencia.
Años pasan, y su recuerdo se transforma,
de una herida abierta a una cicatriz que aún duele,
pero que también me recuerda su luz.
Sombra oscura, jeringuilla,
puñalada certera al corazón,
testigo mudo de una batalla perdida,
su cruel final,
como una vela que se consume en la oscuridad,
dejando tras de sí una estela de dolor.
Cocaína, su némesis,
fuego fatuo que la guio a la perdición,
un monstruo invisible que la devoró.
Piel de seda, manchada por el olvido,
un espejo que nos devuelve nuestra crueldad,
¿Quiénes somos los culpables?
Todos nosotros, cómplices silenciosos,
la sociedad que mira y no ve,
que juzga y no comprende,
sembrando semillas de odio y desconfianza.
¡Es hora de despertar y cambiar!
Gonci