PUDIMOS DECONSTRUIR LA DECADENCIA.
Pudimos entrelazarnos a los sueños de las nubes.
Pudimos compartir nuestras diferencias,
nuestras inquietudes,
embelleciendo lo idiosincrático.
Pudimos educar corazones, sociedades, actitudes.
Incluso pudimos erigir, como ideales comunes,
la paz, el perdón, la gratitud.
Pero nos hemos encontrado con un obstáculo:
tú.
Tú, que menosprecias cualquier parcela de realidad
fuera del alcance de tus ojos.
Tú, que decides, en nombre de todos,
la dirección que el futuro ha de tomar.
Tú, que subcategorizas el mundo
para no sentirte mezclado con nosotros,
para no sentirte culpable de nuestro “insignificante” desarrollo,
tan inferior al todopoderoso tuyo.
Tú, que impones tus reglas allá donde pisas.
Tú, que avasallas la historia con tus puntos de vista.
Tú, que nos atosigas,
o bien con sanciones,
o bien con medidas acordes
a los intereses de tu apetito “primermundista”.
Tú, que nos has enjaulado en un «ellos»
porque un fraternal «nosotros» menguaría nuestro aroma de extranjeros.
Tú, que pretendes mejorar nuestra situación con plegarias.
Tú, que impones tus medidas igualitarias
para alejarnos de la equidad.
Tú, que hablas de «globalización» sin incluirnos.
Tú, para quien nuestra identidad
es otro síntoma de salvajismo.
Tú, que racionas tu generosidad
sólo si mendigamos asilo,
sólo si el mar
se apiada de nosotros lo suficiente
como para que, abiertos tus puertos,
se cierren las puertas de nuestra suerte.
Tú, que te regodeas con tus redundantes privilegios.
Tú, que determinas nuestros hábitos de consumo
con la dictadura de tus precios.
Tú, que, a lo sumo,
entiendes nuestra cultura como objeto de estudio, de museo,
y no como una forma de vida
tan válida como la que promueves en tus colegios.
Tú, que te lucras con nuestras enfermedades.
Tú, que sacias el rugir de nuestras tripas
con sustanciosas porciones de hambre.
Tú, que nos dejarás crecer con las migajas de tu sombra.
(Incluso cuando nuestros bolsillos se desangren).
Tú, que has asumido que no somos para ti
más que extravagantes,
curiosas o distantes noticias
al otro lado de tus vitalicias fronteras de alambre,
tan aparentemente reales,
tan verdaderamente ficticias.
Tú, que sobrepones, con malicia,
la altura de tus muros
a la altura de nuestras miras.
Tú, que disfrutas adoctrinándonos con tus tiránicos gustos
respecto al arte que hemos de digerir,
respecto al trabajo perfecto,
respecto al modo de vivir
que dictaminan tus costumbres, lenguas y entretenimientos.
Tú, que nos ves, al mismo tiempo,
como amenaza en tus tierras
y como destino turístico, exótico, mediático
en las nuestras.
Tú, que consientes que fragüemos nuevas guerras
mientras las empoderas
con tus rifles democráticos.
Tú, que enjuicias con penosas etiquetas
qué vale, qué no,
quién es bueno, quién es malo.
Tú, que después de elegir quién nos gobierna,
con quién comerciamos,
a quién respetamos de la oposición,
nos invitas a mercados
en los que abusas de nuestra desigual condición,
para luego pavonearte con tus voluntariados,
voluntariados con los que encubres tu incapacidad por “salvarnos”.
No queremos “salvadores”.
¡Queremos nuestros recursos!
No queremos que nos des la espalda.
¡Queremos encontrar, mano a mano, soluciones!
¡Estamos hartos de ayudas que se esfuman en la nada!
¡Hartos de que acapares el ombligo del mundo!
¡Hartos de tus frívolas palabras!
¡Hartos!
Y si, por más que queramos,
no estás dispuesto a labrarnos
un porvenir digno
a tu lado,
estáte tranquilo,
pues tarde o temprano
descubrirás
que tus derechos humanos
sólo atañen a una pizca de la humanidad:
la que configura los alrededores de tu presente,
la que adolece de tanto bienestar,
la que ha tenido la ocurrencia de nacer en Occidente.
La otra luna de la cara (2024)