El destino, ese tejedor de hilos invisibles, nos atrapo en su telaraña de casualidades. Tu sola presencia, como un imán, me atrajo, Y nuestros corazones saltaron al unísono.
Aquel día las coincidencias se entrelazaron, como si nos conociéramos desde siempre. Me llamaste por un nombre olvidado, y el mundo se detuvo en ese instante.
Pero el tiempo, implacable, nos separó de nuevo, como hojas llevadas por el viento. El destino, sin embargo, tenía otros planes, y nos volvimos a encontrar, sin previo aviso.
Así es la danza del destino, un juego de escondite, entre almas errantes, donde los encuentros y despedidas tejen historias que solo él comprende.