Hoy añoro el silencio
de las tardes tranquilas,
y aquel tiempo de infancia
en la aldea perdida.
Fueron años sin nombre
con el llanto y la risa
que mezclaban las gentes
en sus cosas sencillas.
Y vivimos amando
el trabajo y la vida,
el estudio y los juegos,
todo ello en familia.
Pero el mundo de ensueño
se quedó en utopía
y perdimos la magia
de leer en sus líneas.
Hoy nos queda el recuerdo,
la resaca vencida,
y aquel néctar sublime
que llegaba a la orilla.
Y temblaban los ojos
y hasta el alma sentía,
que vibraban las cuerdas
de algún arpa dormida.
Hoy añoro el silencio
de esa edad y sus días,
y la mano sublime
que me daba caricias.
A ti, madre este beso,
de manera sencilla,
recordando tu cara,
entrañable y querida.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/08/24