Mientras la frígida mañana de filosas garras
enrosca su mandíbula entre las interrogaciones nulas,
lo que siempre han sido un calambre de noche híspida
son indómitos senos fragmentados en su obstinación,
existente, que hiere como una cascada de fuegos con
jirones de arrebato. ¡Oh, boca de lirio sonoro!
Ahora que en la oscuridad se empina, una pócima acéfala
se restriega, circular, sobre sus indagaciones filosóficas.
La fragilidad de aguas de apetitos matutinos alcanza,
manteniendo sobreviviente el peso de sus rabias maculares
frente a sus posibilidades estrechas de muertes retorcidas,
pensadas desde un ojo caricaturesco, de hambre cervical
impertinente, que lo vislumbran a consolar su angustia;
el que gotea la sofisticación de un sonido abstraído
sin embestir las anárquicas pautas del indeseable fango.
Los sueños persistentes, contemplándose, también se
intuyen con sus huellas confusas; confrontan lo convencional,
atajando, evadiendo, olvidando la distancia y el tiempo,
llenando solo de recuerdos, colmados de veranos etéreos,
¡desplegando imágenes donde la carne interviene en la pasión!
¿Por qué permanece ese dolor en los altares de la sombra?