jvnavarro
DIARIO DE VERANO LIV (EL MAR UN MISTERIO)
Lo que rodea al mar es un misterio,
sin ellos el dogma sería
una ciencia medible,
como la intensidad de golpeo
de las olas marinas
durante los plenilunios.
Todo no está en sentir
el arrullo del mar
para cuando duerme el gentío
y ella la mar se siente humana
en mitad de ese su universo desconocido
tan lleno de diferentes especies de vida
y de fábulas y leyendas desde antiguo.
Siempre hay un instante
en que sujetos a la noche
observamos como testigos
el ir y venir de las mareas
y el color plateado aceituno
de los reflejos lunares
saliendo de los profundos abismos,
donde habitan los monstruos de siempre,
aquellos que viajaron
con los descubridores de un nuevo mundo.
Por aquí ocurre
que la luz de las farolas
de un paseo marítimos
son algo parecidas
a los ojos de las cigüeñas
y al faro de Finisterre
como punto del fin del mundo.
Alumbran poco
y lo hacen tal si sintieran
un amor desmedido
por las soledades de quienes pasean
sin inmutarse
de lo que pasa a escasos centímetros.
Muchos son los proyectos
que me sirven de estímulo.
Hoy al amparo de una sombrilla
me llenaba de dudas,
no sabía que hacer
con el fin de que el sol no fuera una tortura
y al final mirando al mar me he decidido
a meterme en sus aguas y he sido
un poco de pez mosca y anfibio;
bucanero de triste oficio
y delfín sometido
al ímpetu de las corrientes
ya en la costa un barril de ron vacío.
Hay miedo a lo desconocido
en los ojos de quienes
respetan hasta el sabor marino de los erizos.
El mar por la noche asusta
si es que en el agua te hayas metido
y si es por el día ojito
que las corrientes arrastran y dan sustos.
Llueve ya
para cuando el mar recibe su bautismo,
su ración de fe y su porción de diluvios.
Ya lo que vemos por estos lugares
se encuentra domesticados desde antiguo,
y lleno de viejos torreones
que sirven de nidada a las aves de turno.
Ya los ataques marítimos
quedaron en la memoria perdidos.
Los elevados costes
hacen más productivo
el matar en tierra,
allí donde una bomba
destruye hasta los intestinos
de los grandes edificios.
Sin testigos paseo mientras vislumbró
las grandes batallas navales
de otros siglos
y veo un mar enloquecido
asumiendo su papel de asesino,
sin quererlo ni comerlo
y menos pedirlo.
Y con esto me voy a mí retiro,
allí donde alimento
mis instintos,
pensando en lo que he escrito
tan cierto y verdadero
como que estoy vivo.