Mercedes Bou Ibáñez

 !Qué grandes los hombres del mar!

 

 !Qué grandes los hombres del mar!
Hexasílabos

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!Qué grandes los hombres,
los hombres del mar!
pidiendo a las velas
se dejen soplar
y arrecien los vientos
soplando hacia el mar.
¡qué grandes los hombres,
los hombres del mar!
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En noches de calma
se escucha un cantar,
es un canto al viento
del hombre del mar,
le pide a la luna
de vista no pierda
las olas que llevan
de vuelta al hogar,
¡qué lindos los cantos
del hombre del mar!
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¡Qué grandes los hombres
los hombres del mar!
reparten sus almas
entre dos amores
uno espera en tierra
el otro es la mar,
uno es gloria eterna
el otro es su paz.
¡Lindos los amores
del hombre del mar!
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¡Qué grandes los hombres,
qué tanto amor dan!
reparten por puertos
ternuras y sueños
mezclados con besos
vestidos de mar.
¡Qué grandes los hombres,
qué grandes son madre,
los hombres del mar!
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Madre yo quiero uno
al pie del altar,
¡juntarme yo quiero
a un hombre del mar!
¡Qué grandes y guapos
los hombres del mar!
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Mercedes Bou Ibáñez
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Cuentos de la granja de Pepito.
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En una granja no muy lejana, donde los días eran tranquilos y el aire olía a pasto fresco, vivía Bartolo, un gallo con grandes aspiraciones. Bartolo no quería ser un simple gallo de corral; él soñaba con ser el Number One y, además, una estrella pop. Con su brillante plumaje y su voz, bueno, más bien con su singular canto, estaba decidido a conquistar el mundo musical.
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Todos los días, Bartolo se subía a un viejo barril en el centro del corral y anunciaba a los cuatro vientos su próximo \"concierto\". ¡Chicos, prepárense para disfrutar del espectáculo del año! ¡Soy el nuevo ícono del pop!, decía mientras agitaba sus alas como un cantante de verdad. El problema era que sus \"canciones\" sonaban más a un gato tratando de atrapar un ratón que a un talentoso artista.
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Las gallinas, el pato Pío y hasta los burros se tapaban las orejas cuando Bartolo comenzaba su show. ¡Basta, por favor, ya es suficiente! gritó la gallina Pepa, mientras cubría su cabeza con sus alas. ¡No puedo más, me estoy enfermando!, decía otra, corriendo en círculos.
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Sin embargo, había alguien que siempre lo apoyaba: la vaca Lola que era una vaca lechera pero muy soñadora, soñaba con ser Blancanieves y no una vaca cualquiera de esas que se pasean por el prado matando moscas con el rabo . Eres un verdadero artista, Bartolo, decía con una voz tranquila y segura. Pero la verdad es que Lola estaba tan manipulada por Bartolo que ni siquiera se daba cuenta de que sus conciertos eran un verdadero desastre.
¡Vamos, Lola, tú serás mi fan número uno!, le decía Bartolo con una sonrisa pícara. Si tú crees en mí, el resto del corral también lo hará.
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Así que, fiel a su amistad, Lola se plantaba frente al barril, moviendo su cola al ritmo de los gritos desafinados de Bartolo, como si estuviera en un festival de música. ¡Bailen, amigos! ¡Esto es pop puro!, vociferaba el gallo, mientras la vaca aplaudía con entusiasmo.
Un día, los animales, cansados de sus incesantes conciertos, decidieron hacer algo al respecto. Se reunieron a escondidas en el granero para planear un concierto sorpresa que haría reflexionar a Bartolo.
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El plan era sencillo: invitar a una banda real, unos conejos que tocaban música de verdad. La noticia se corrió como la pólvora, y justo cuando Bartolo estaba a punto de comenzar otro de sus grandes shows, los conejos aparecieron con sus instrumentos.
¡¿Qué es esto?! ¡Mi hora de brillar ha llegado!, chilló Bartolo, mientras intentaba hacerse notar. Pero los conejos dieron un gran espectáculo que dejó a todos boquiabiertos.
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Bartolo, en un arranque de desesperación, se subió a su barril y comenzó a cantar nuevamente, pero esta vez los animales no lo escuchaban. Las gallinas bailaban con entusiasmo y los cerdos disfrutaban de la melodía de los conejos.
Al final del día, Bartolo comprendió que a veces los sueños deben adaptarse a la realidad. Se bajó del barril y fue hacia la vaca Lola, quien todavía movía la cola al ritmo de la música.
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Tal vez no sea un ícono del pop, pero al menos puedo formar parte de algo genial, dijo Bartolo, con una media sonrisa.
Lola lo miró y, por primera vez, le dijo: Siempre serás mi artista favorito, Bartolo, aunque no seas el número uno.
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Y así, aunque Bartolo nunca llegó a ser una estrella pop, encontró su propio ritmo al lado de su amiga, disfrutando de la música de los conejos y dejando que el corral respirara un poco más tranquilo. Y el barril se convirtió en un pódium donde cualquiera podía subir para dar su  grito de guerra, sin pretensiones de ser siempre el number one. 
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Autora
La gallina ponzoñosa (gracias Alicia)