Ando solo por las calles,
todos me señalan
y murmuran a mis espaldas.
Yo los ignoro, ¿De qué me sirve su odio?
Se burlan de mi andar lento y somnoliento,
cae el sol
y todo es silencio.
Ya todos duermen plácidamente,
excepto yo,
que busco inútilmente un trozo de compasión,
entre los pecados de la gente.
Pero, no me extraña
su desprecio hacía mí, lo tuve desde que nací.
Cierta vez, mi madre dijo amarme,
yo no le creí. Por eso me fui, antes de que los de bata blanca pudieran agarrarme.
Y ahora me encuentro aquí, vagabundeando en las calles,
sin penas ni olvido.
Sin embargo, siempre antes de caer dormido,
en algún lado por el cansancio, escuchó la voz de mi madre.
Y sueño que tengo un hogar, y una mamá que me ama.
Y ya no hay frío, no hay sueño,
ni hambre...
¡Puta madre! dije, sobresaltándome,
por el frío que entró en contacto con mí piel.
Era mí mamá quien me destapaba, mientras me traía un té.
Y yo lloré.
¡Dios mío, que tonto fui!