Prófugo de las penas que me acongojaban,
Errante por los acantilados del desamor,
Me volví un ser solitario y triste,
Para no vivir otro desamor.
Dios, que en el cielo habitas,
Haz de mi corazón un altar,
Para que cures las heridas profundas
Que dejó ese amor al pasar.
Envuelve mi ser en tu gracia infinita,
Libérame del yugo que pesa en mi alma,
Que en tus manos sanadoras se aquiete
El tormento que roba mi calma.
Conviérteme en un faro en la noche,
Que en tu luz mis pasos halle,
Y que en los vientos de mi desdicha,
Tu voz, Señor, me guíe en el valle.
Prófugo ya no seré más,
En tu amor hallaré la paz,
Errante no seré en la bruma,
Porque en ti, mi fe se consuma.
Cuando el miedo me envuelva en su manto,
Y la sombra se cierna sobre mi ser,
Tú serás mi refugio y mi canto,
El consuelo que me hace renacer.
Que en cada lágrima haya esperanza,
Que en cada suspiro esté tu aliento,
Que el desamor no me venza en la danza,
De un corazón que busca su sustento.
Dame, Señor, la fortaleza,
Para no caer en el abismo,
Y que en la senda de tu pureza,
Encuentre siempre el optimismo.
Que los recuerdos no sean cadenas,
Sino puentes hacia un nuevo amanecer,
Donde el amor, sin más condenas,
Florezca en paz, sin temer.
Así, dejaré atrás las sombras,
Caminaré en la luz de tu amor,
Y aunque el dolor me ronde a veces,
Seré firme en mi fe, sin temor.