Con la brisa de una tarde reposada;
una oliva asoma en la rama colgada.
Bajo el sol de otoño se mece en su danza;
madura su aroma de verde esperanza.
Susurra el olivo historias del antaño,
de labores duras y otros sueños de años.
Las flores que brotan, blancas como el día,
celebran la paz, la vida y la alegría.
Un día se agita el viento caprichoso,
la oliva, ya en su punto, siente su peso;
cae de su madre, en un vuelo ligero,
alcanza el suelo, su destino primero.
Permuta mágica, de un giro sutil,
de oliva a aceituna, en un viaje febril.
La tierra paciente, avisa sus caminos,
anuncia el verde de sus nuevos destinos.
Cada fruto, otra esencia pura que brota.
Llega a la almazara, otro final de etapa.
El oro en la botella, adobo divino,
que fue oliva y ahora aceite genuino.
El tiempo celebra su danza finita,
gastronomía de aceituna bendita.
Y en la buena mesa, un canto a la ensalada;
más aún del desayuno la tostada.