Berta.

Cobardía


Hoy, día viernes, Berta se despertó antes de que el sol asomara su rostro por la ventana. Las sábanas estaban empapadas de sudor, y no era solo el calor de la mañana: eran los recuerdos que la habían envuelto en una niebla densa e insoportable. A medida que sus ojos se abrían a la realidad, su mente se llenaba de imágenes de Marcos, su primer amor. El eco de sus risas, la calidez de su abrazo, ese destello en su mirada que la hacía sentir que todo estaba bien en el mundo.


Sin embargo, esa mañana no se sentía bien en absoluto. Una vez más, fue arrastrada a una pesadilla recurrente en la que la vida había tomado un giro que no pudo prever. En el sueño, todavía eran adolescentes, corriendo entre las aulas y pasillos de la escuela, pero en cada instante se desvanecía, se alejaba de ella, hasta que ya no quedaba nada más que un vacío. Soñaba que lo buscaba desesperadamente, gritando su nombre en un eco que nunca regresaba.


Se levantó de la cama y fue al baño; el espejo le devolvía una imagen desgastada. Con un suspiro profundo, se lavó la cara, intentando despojarse de la pesadilla y sus recuerdos. Pero no podía. Era como si Marcos llevara consigo un trozo de su corazón que jamás podría recuperar. Cada viernes, el día que solían compartir merienda, risas, y planes de futuro, se convertía en un recordatorio doloroso del amor que había dejado de ser.


Mientras se preparaba para el día, sus pensamientos se entrelazaban con la realidad de su vida actual. Había intentado seguir adelante, establecer una carrera, entablar nuevas amistades, pero siempre había un rincón de su corazón que pertenecía a él. ¿Qué habría pasado si las cosas hubieran sido distintas? Si no hubiera tenido que dejarlo atrás por razones que aún no comprendía del todo.


Decidida a no dejar que los recuerdos la anclaran en el pasado, salió de su casa y se sumergió en la ciudad. El aire fresco de la mañana le trajo un ligero alivio. Decidió caminar hasta el parque donde solían ir juntos. Cada paso que daba hacía que el peso en su pecho se sintiera un poco más ligero. Al llegar, se sentó en un banco, recordando las risas, los secretos compartidos, el primer beso robado.


Pero en lugar de ahogarse en la nostalgia, se permitió llorar, liberar esas emociones que llevaba dentro de ella por tanto tiempo. Aquel día, decidió que era hora de dejar ir el pasado. Sabía que Marcos siempre tendría un lugar especial en su corazón, pero también quería abrirse a nuevas posibilidades, nuevas experiencias.


Con una determinación renovada, se puso de pie, respiró hondo y miró hacia el horizonte. El sol comenzaba a salir, tiñendo el cielo de colores vibrantes. Era un nuevo día, un nuevo comienzo. Era hora de seguir adelante, de buscar su propio camino, de aprender a amar, incluso si eso significaba dejar ir lo que una vez fue su primer amor.


Así pensaba Berta, en volver a empezar, pero su cobardía la mantenía anclada en un pasado que se había apoderado de su presente.