El monograma se convierte en vejez pura,
una cascabelera de cinematografía y trabajo sintetizado
en las bóvedas de la moderación, como un instrumento de cuerdas
donde los hilos se aflojan como dientes cansados.
¿Qué hay entre mandolinas y monogramas?
La mandolina retrata, toca lo abandonado, las fresas musicales
mirando hacia el terruño, ¿de quién? Así se prepara una letra
para prevenir el desliz musical. ¡Qué agobio infernal,
con tanto calor en una tarde pegajosa! Era como un castigo
avasallador; los monogramas se derretían en demasía
por la azotea de aquel desván oscuro y opresivo.
Sabes quién protesta: una vieja mandolina
con un monograma atado a su piel,
a quien la alegría hace sonar más alto.
Se prepara para un calor acelerado,
ascendiendo hacia las últimas consecuencias.
De lo confuso hasta la piedra, las maltratadas oscilan;
quedan sólo las últimas canciones del viento
en un baúl desolado. Los monogramas bailan
como bailarinas de ballet; una fotografía y
una mandolina achacosa también se mueve.
Yo, siempre escuchando, también me uno al baile.
¿Y el diálogo? Nosotros también sentimos calor,
como quien enciende un aire acondicionado
para cuando se congela el pasado, ¡y todo!
Ya no queda nada más que la vieja canción con el mismo
monograma...
Ivette Mendoza Fajardo