Laberinto
Como en las cavernas del sueño
o en las cosmogonías literarias
la existencia misma supone un meandro,
una sinuosidad, un centro;
una maraña inextricable
con sólo una entrada,
y una única evasiva.
Uno y los transcursos
construyen lentamente una agonía,
una desigual felicidad
con sus bifurcaciones
y sus cardinales,
un recto camino ondulante
hecho de pozos y certezas
hecho de alturas y cenizas.
Existe también un argumento, una trama,
una rebuscada proporción del horizonte
casi de cercana distancia
casi de lejana cercanía;
paralelo empecinado en verticales
en diagonales semejantes que se cruzan
donde se opacan las perspectivas
y se lucen las perplejidades
en donde vamos trazando la vida.
Se sospecha de un nombre allá a lo lejos
algo como dicho de antemano
al que apodamos destino
porque cuesta remar contra la corriente,
y donde uno y los transcursos
tejen los azares y la suerte;
la telaraña que siempre al final
los termina.