En la vastedad del tiempo y el espacio, las palabras de consuelo resuenan,
como un eco suave en la inmensidad, un bálsamo para el alma que pesan.
Ezequiel, el profeta, en su misión divina, fue rechazado, despreciado,
mas su fe no se quebró, pues sabía que su camino estaba predestinado.
El rechazo terrenal, un reflejo del desdén hacia lo divino,
no era sino una prueba, un desafío del destino.
Jehová, con palabras firmes, le aseguró su propósito verdadero,
que al cumplirse sus visiones, su verdad brillaría como el primer lucero.
\"Un profeta ha estado entre vosotros\", resonaría en cada mente,
una vez que las palabras de condena se manifestaran, evidentes.
Ezequiel, fortalecido por la fe, continuó su sagrada labor,
con la certeza de que su mensaje era un mandato del Creador.
Nosotros, buscadores de la verdad, hallamos en su historia inspiración,
un recordatorio de que no estamos solos en nuestra devoción.
El honor de ser testigos, portadores de la palabra divina,
es un regalo celestial, una misión que nos afina.
\"No tengas miedo\", le dijo a Ezequiel, y a nosotros nos repite,
\"no estén aterrados\", pues en su apoyo infinito se deleite.
Nuestros opositores, por fuertes que sean, no deben infundir temor,
pues es Jehová quien nos respalda, nuestro eterno protector.
Así como Ezequiel, enfrentamos adversidades con valor,
sabiendo que cada desafío es parte de algo mayor.
Con cada palabra de aliento, con cada gesto de apoyo,
nuestra fe se fortalece, y nuestro espíritu se hace más flojo.
En la senda que transitamos, las dudas pueden surgir,
pero las escrituras nos recuerdan, debemos persistir.
Porque al final del camino, cuando miremos atrás,
veremos que cada paso fue guiado, y que nunca estuvimos solos, jamás.
Que la historia de Ezequiel sea un faro de esperanza,
un recordatorio de que, en la fe, siempre hay bonanza.
Y que, al igual que él, cuando nuestras tareas terrenales terminen,
podamos decir con certeza, \"nuestra misión divina cumplimos, sin que nos inhiben\".