En la penumbra de un sueño y destino roto,
nos cruzamos, sin saber por qué,
como sombras que se encuentran en lodo,
en un rincón donde la afligida alma se ve.
No fue azar lo que nos trajo al frente,
sino un susurro de un viejo dolor,
una lágrima que cayó silente,
dibujando en el aire su ardor.
¿Acaso fuimos solo dos errantes,
que en la tormenta se hallaron sin más?
O tal vez fuimos dos caminantes,
que en sus heridas cargaron su paz.
La tristeza nos unió en su canto,
en un eco que nunca cesó,
y aunque el silencio pesó tanto,
fue la razón lo que en él brilló.
No es casualidad este encuentro triste,
es la melancolía que nos llamó,
en un abismo donde el dolor insiste,
a recordarnos lo que el destino urdió.
En medio del pesar, surgió un rayo claro,
una chispa de luz en la oscuridad,
y en ese instante el alma halló reparo,
descubriendo en lo incierto su verdad.