Se desvanece el horizonte entre lo pulcro del mar y el sosiego del sol, llega ella siempre a la hora exacta, su sonrisa acariciada por el brillo de sus ojos galopa la mirada tenue, los recuerdos de cada tarde alimentan su alma. El marinero en silencio contempla su melancolía.
Es el mar testigo de sus secretos, a lo lejos, gaviotas danzan, dibujan en el viento la calma, sus manos acarician las finas aguas, ella pensativa, penetra sus luz como dos puñaladas al infinito, sonríe, deja caer una lágrima.
En mi costa, cada dia llega la mujer de los atardeceres, inspira su piel versos, palabras rebuscadas, deseos de adorarla, late mi alma, muere la tarde y ella se va con el alba.