jvnavarro
DIARIO DE VERANO LVII (CAMINANDO)
Me dio por subir a la montaña
por un sendero que se iniciaba
detrás de un cementerio
y cuando volví la vista atrás
en la mañana de un domingo ciego,
me di cuenta que más cerca estaba
de las tumbas y de los abetos,
que de la cumbre de ese monte
al mar por completo abierto.
Guardé un segundo de silencio.
Por allí abajo todo era tranquilidad
de esa que no se compra con dinero.
Algunas visitas pasaban
entre corredores llenos
de macetas y más macetas
llenas de plantas muertas de miedo.
¡Qué respeto
el contemplar entre sudores
y latidos fuerte del corazón sometido
a un fuerte esfuerzo,
que de ir a allí abajo
a vivir sin vida
entre los muertos
no me salvaré ni por los pelos
y es que ya tengo,
invertí un día en ello,
caseta donde dar cobijo mi cuerpo!
No envidio de la muerte nada
si pudiera de un codazo
la enviaría lejos,
me sabe poco más o menos
que a tierra seca,
a piedra, roca, cemento,
a todo aquello
que no tiene alma,
ni vida ni sentimientos.
Volví a lo mío,
a continuar subiendo
y lo hice con la mente puesta
en escalar por aquel sendero
con cuidado y tiento,
no fuera el caso de que resbalara
y fueran a parar mi cuerpo
a ese lugar que más abajo
me causaba tanto respeto.
En este tipo de pueblos marineros
la especulación es tan grande
y vale tanto
un metro cuadrado de terreno,
que los cementerios
se sitúan de espaldas
a la mar
que es buen lugar de encuentro.
Este que les habla
sabe que le espera
un nicho en ese lugar concreto,
por eso le gustaría dejar
en su testamento
un testimonio sincero
que hablara de este instante
y que dijera
poco más o menos,
\"que en la revuelta del primer collado
que hay detrás del cementerio,
alguien que por allí subía
sufrió un día tanto miedo
que al echar la mirada atrás
y ver su futuro
retratado en un momento,
sin quererlo ni beberlo
corrió tanto
y fue tan lejos
que en escalar hasta la cima
batió un récord\"