Berta.

Distancia


Distancia

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A pesar de su cobardía, al terminar la escuela, Berta y Marcos se declararon su amor y siguieron compartiendo risas, secretos y promesas, soñando con un futuro que nunca imaginaron que se vería truncado por la cruel indiferencia de la distancia.  

El destino, caprichoso y severo, se llevó a Marcos a la ciudad, donde encontró un horizonte repleto de oportunidades, dejando a Berta en la más profunda soledad. A pesar de alegrarse por el mundo de oportunidades que se le presentaba a Marcos en su nueva vida, los recuerdos la perseguían como sombras, y cada lágrima que derramaba era un eco del amor que había dejado atrás. 
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En las noches más oscuras, sus sueños la transportaban a los días dorados de su infancia, donde en cada beso compartido, el mundo parecía tener sentido.
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Berta, se aferraba a la esperanza de que la distancia no podría herir el fuerte lazo que unía sus corazones. Escribía cartas llenas de pasión y promesas, convencida de que su amor era un escudo impenetrable ante cualquier adversidad. 
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Nunca podrá herir al amor la distancia, se repetía una y otra vez, mientras el tiempo se deslizaba entre sus dedos como arena en un reloj, cada día más ansioso y nostálgico.
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Los días se transformaron en meses, y la ausencia se hizo más palpable. Las caricias que alguna vez llenaban su alma se convirtieron en el cruel dolor del recuerdo. Berta buscaba en cada en cada banco del parque un vestigio de la ternura que había compartido con Marcos, pero cada árbol y cada banco le recordaban su ausencia y el vacío que esta había dejado.
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El amor, que se había prometido eterno, empezó a desvanecerse, como una nube de humo en el viento. La distancia, comenzó a manifestarse en forma de llamadas no respondidas y cartas que nunca llegaron. La pasión que una vez los unió se tornó en resentimiento, como un río que se desborda en tempestad.
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Berta, debilitada por la tristeza, decidió emprender un viaje a la ciudad. Estaba decidida a traspasar las barreras que les separaban, con la firme convicción de que su amor podía vencer a cualquier obstáculo. Sin embargo, el camino estuvo lleno de desventuras, de encuentros con el desencanto y la desilusión.
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 Cuando finalmente llegó, con el corazón palpitante de esperanza, encontró un Marcos diferente: un hombre desgastado por la lucha entre sus deseos y la nueva vida que había construido sin ella.
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El reencuentro, que debió ser una celebración, se tornó en un cruel parlamento de silencios. Las palabras que solían fluir con facilidad se convirtieron en espinas que laceraban el alma. Berta, con su escudo de sueños y esperanza, se dio cuenta de que la distancia no solo había dividido sus cuerpos, sino también sus corazones.
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 El amor, que nunca se había rendido, estaba ahora atrapado en una guerra de emociones que ninguno de los dos sabía cómo resolver.
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En la tormenta de sus sentimientos, nada quedó de aquellos bellas promesas de que el amor siempre gana. La distancia, tras la fachada de la eternidad, había hecho su trabajo. Berta se despidió, con el corazón roto y los ojos húmedos, llevando consigo la amarga certeza de que a veces, aun el amor más fuerte puede desvanecerse ante la inexorable realidad de la vida.
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Berta, en el silencio de su hogar, se encontró con el eco de su propio llanto, comprendiendo que aunque el amor nunca se rinde, la distancia también tiene su poder. Mientras el sol se ocultaba tras el horizonte, su alma lloraba por un amor que pudo haber sido eterno, pero que se ahogó entre las olas de la separación. 
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Era un amor que, a pesar de sus mejores intenciones, quedó atrapado en un tiempo y un espacio que ya no existían.