Oigo mis ecos soñados
que me invitan a cantar
como arpegios alejados
de mi infancia el recordar.
Los juegos de primavera,
la risa de la dulzura,
donde el sol acariciaba
mi fina piel con ternura.
Memorias que no perecen
en el viento se deslizan,
y con los sones que vuelven
mis ensueños se enraízan.
En mi noche de armonía,
los ruidos deben callar;
añoro aquella mi infancia,
que mantiene su brillar.
En mi vejez, los caminos
verdes se evaporarán
al ver en mis secas manos
que más futuros no habrán.
En cada arruga, un relato,
historias de amor y fe;
pues con mi suspirar quieto
mantengo mi mundo en pie.
Los días levitan lentos,
como sombras del ocaso,
repasando los minutos,
como un salmo a cada paso.
En mi corazón me queda
la esencia de lo vivido,
sabiduría aprendida,
de aquel tiempo compartido.
Del ayer, cada deleite,
retengo en mi encanecer,
celebrando a cada instante,
el regalo de nacer.