Alberto Escobar

Ache dos o

 

 

 

El agua en los pies,
una playa recién abierta,
muy de mañana,
el sol apenas está,
no molesta, no le toca
quemar todavía 
mi piel expuesta
osada a su rabia
—y la arena aún tibia—.
Ser agua —lo decía Bruce lee—,
ser lo que me rodea,
lo que me contenga,
la circunstancia, 
un Proteo humilde, 
sin más poder 
que el poder de su voluntad,
sin creerme más
que lo que sea nadie
porque un hombre,
y una mujer, tomados 
de uno en uno, son polvo,
no son nada, no son nada
—como escribió Goytisolo
a su hija julia—, y el mismo
aire me seca el cutis 
si no lo tengo en cuenta, 
tal que mi agua resulta
sumida en su seno,  y yermo
quedo, sin sustancia, sin nada. 
Quiero ser agua —y ya lo soy—, 
y seguir hacheodosando
por donde quiera que vaya, 
amando y dejando que el amor,
arroyo encabritado, me muera
hasta quedar desangrado de gusto. 
Soy tan deleble, tan frágil, 
que la tierra se vale sola
para sorberme entero, 
sin dejar rastro, ni venero
que indique mi anterior estancia,
mis pasos en este trozo de mundo
que me soporta, que me sufre,
que me hace gozar tanto...
El agua en los pies, 
una playa que se despierta,
se despereza de tanta noche,
y este pensamiento en los labios...