Jussara Florestan

Amor

Joana casi siempre se quejaba por un dolor en el maxilar. La madre le advertia sobre mascar chicles, pero el problema de su hija era otro: Ernesto.

Los dos vivian juntos, como mejores amigos, pero un día, decidieron, curiosos, probar los labios uno del otro. Tras eso, pasaban muchas horas besandose, sin decir nada, podrían pensar los otros, sin embargo, decían todo. Inventaron un nuevo idioma hablado por dos lenguas ansiosas y enamoradas. No necesitaban decir una sola palabra, bastaban los movimientos de las lenguas para decirlo todo, incluso los secretos que jamás confesarían a través de letras o fonemas. 

El primero beso marcaba siempre un saludo y el último, un intento del deseo en extender la comunicación por más un segundo, que fuera.

No habia ruido, grietas ni conflictos, todo era dicho, sin eufemismo o parábolas. 

Ernesto conocía, con exactitud todo sobre Joana, cuando estaba triste, feliz, los dolores... Joana sabía y adivinaba sus pensamientos, ganas, sueños... 

Ernesto nunca se quejó del maxilar, por él, los besos serían infinitos.