Por los bosques umbrosos,
el Tunche vaga,
un alma en pena,
un espectro que aterra.
Su silbido agudo,
un lamento profundo,
convoca el miedo,
la oscuridad desata.
Entre lianas y hojas,
su silueta se esconde,
mientras la luna llena
su rostro esconde.
¿Cuál es tu historia,
espíritu errante?
¿Por qué atormentas
a los que te encuentran?
Tu esencia oscura,
un enigma sin fin,
sembrando el terror
dondequiera que andas.
Una existencia
que trasciende del bien al mal,
según sople el viento,
según la fatalidad.
Cuentan los ancianos,
con voz temblorosa,
que el Tunche aparece
cuando la luna es hermosa.
Sus pasos son ligeros,
su aliento helado,
y en la oscuridad,
su rastro es dorado.
Un silbido agudo
rompe la quietud,
anunciando su llegada,
cruel y sin piedad.
Sus ojos, dos carbones,
arden en la noche,
y su risa macabra
congela la sangre.
Como sombra que danza
en la noche oscura,
el Tunche se acerca,
silente y seguro.
Su aliento gélido,
un beso de muerte,
roba el alma y la paz
a quien encuentra.
Pero hay quien dice,
con voz esperanzada,
que el Tunche protege
la selva sagrada.
Que cuida los ríos,
los árboles y el suelo,
y que solo castiga
a quien trae desvelo.
Así, en la selva,
el Tunche respira,
con cada hoja,
con cada río que brilla.
Y aunque su leyenda
cause temor,
es el corazón de la selva,
su eterno motor.
Gonci