Yeshuapoemario

Transfórmense renovando su mente (Rom. 12:2).

 

 

En el jardín de la existencia, cada acción es una semilla,

que germina en el suelo de nuestras almas, tan fértil y tan febril.

No basta con plantar flores para adornar el día,

es menester cultivar virtudes que perduren más allá de la vida.

 

Es un viaje hacia el interior, un examen constante,

una búsqueda de la verdad que reside en el instante.

No es la perfección lo que se busca alcanzar,

sino la voluntad divina, el camino a caminar.

 

Como el río que fluye y nunca se detiene,

así es nuestro esfuerzo, que nunca se contiene.

En la lucha diaria, en el esfuerzo persistente,

hallamos la esencia de un espíritu resiliente.

 

La mente, ese lienzo donde se pinta el destino,

requiere de pinceladas de cambio genuino.

Renovarse como el águila, en su vuelo ascendente,

para comprender la voluntad divina, omnipresente.

 

No somos esculturas de piedra, inmóviles y frías,

sino obras en progreso, llenas de poesía.

La influencia divina, en nuestras metas se refleja,

como la luz del sol que en el agua centellea.

 

Así como Pablo escribió, en sus palabras sagradas,

debemos transformar nuestras mentes, nuestras almas aladas.

No para ser moldeados por el mundo en su locura,

sino para ser forjados por la divina escritura.

 

La voluntad de Dios, como estrella en la noche oscura,

nos guía, nos ilumina, nos ofrece su ternura.

En cada decisión, en cada meta propuesta,

es la influencia divina la que a nuestra puerta se acuesta.

 

Sigamos, pues, el camino, con corazón y con mente,

con la fe de que cada paso nos acerca a la fuente.

La perfección no es el fin, sino el viaje, la ruta,

y en cada acto de bondad, nuestra alma se disfruta.