En el cementerio del aburrimiento,
todas las noches son de calmas letales;
algunos grillos rasguean un quebranto,
los cadáveres yacen cual sepulcrales.
Sobre el granito gris y frío de un túmulo,
tres borrachas, más un cadáver novato,
juegan al póker y beben, como estímulo
para olvidar ese lugar tan discreto.
De la niebla azul el silencio se quiebra:
la calavera canta “El rock de la cárcel”;
un gato rockero aplaude en la penumbra.
Entre esqueletos el reír es vital:
hasta los muertos se ríen y se burlan,
que en la eternidad todo es un festival.