🇳🇮Samuel Dixon🇳🇮

Serendipia de amor

SERENDIPIA DE AMOR

Yo le vi y muy, muy sonriente
caminar por la avenida;
vestía camisa roja,
falda de gabardina.
En su cuello dos alhajas,
en sus manos tres sortijas,
además de otros aretes
lúcidos, tiernos, cual prisma
que colgaban como cuerdas
y de pronto se movían.

Se estrelló contra mis ojos
con su mágica sonrisa
y así, sin contactarnos
sobre el tiempo se desliza
una idea encantadora,
una estrofa que se encripta
sobre el labio y la floresta
donde estaba aquella niña.
Y pensando en ese instante
qué decirle si me mira,
recordé que desde un tiempo
cuando estaba a la deriva
tuve nieblas en la mente
y mis manos súper tibias.
Pero no pudo el silencio
ahogarme con lipidias,
porque mi alma caprichosa
no creyó falsas noticias.

Me acerqué con ojos raudos,
la sinergia mi barquilla
y le dije: ―yo en ti mi reina
he mirado muchas cristas,
y en ese primer momento
que mis ojos, cuyas pínulas
absorbieron tu dulzura,
he predicho que me hechizas.

Y mirándome de pronto
respondió la muchachita:
―¿¡cómo crees que tan rápido
al cruzar y sin forcípulas
tu mirada ha enloquecido
construyendo un paradigma!?
¿Es acaso esto posible?
Dime ya, no te cohíbas,
que los peces y arrecifes
en amor no se limitan.
Contesté sin causar daño:
―es probable que las chirlas
cuando ven a las medusas
en tristezas se deslindan,
pero hay algo perentorio
que ni el aire suministra
―la sonrisa de tu boca―
y las mugas que se oliscan.
Y así, así como te cuento
que me muero entre sizigias,
las palabras se diluyen
y los labios no se crispan
a decir lo que la mente
solo al verte pues atisba,
―una luna con tus roces,
una llama que trasquila
los sobornos de la noche,
las raíces y las críticas―;
esas maravillosas
que navegan tiernas singlas
y se pierden en meollos
que entre el campo se subintran:
mujeres de tiernas pieles
y rosas entre siringas.

―¿Cómo te llamas mujer?―
Le interrogué a aquella cítara
y respondió de inmediato:
―yo llevo por nombre Silvia.
Si quieres tener mis besos
y mandarme cien epístolas,
recuerda que allá en el limbo
solo Dios nos atestigua.
Y así, así nos conocimos,
así… tallando espículas
nos sentamos en el parque
a decirnos pulcras rimas;
los momentos de un poeta
―una trama muy pacífica―
es aquello que he descrito
junto a ella, niña olímpica,
que al viajar aquella tarde
con realce de marítima:
yo llevaba ropa blanca,
mientras ella gabardina…

                     Samuel Dixon