Salí temprano hacia el aeropuerto con todo el entusiasmo y la alegría de saber que iba a volver a abrazar a mi mejor amiga después de varios años de no estar juntas. Hacía mucho que se había ido del país.
Nos conocíamos desde muy chiquitas. Compartimos infancias, juegos, cumpleaños, amigos.
Un día decidió seguir su sueño de volar, y durante todo el tiempo que le llevo su búsqueda, fui la única persona que conocía sus planes; me sentí bendecida de ser su cómplice y colaborar con ella y su propósito.
Mi amiga se fue de casa para internarse en un pueblito de la Provincia de Buenos Aires, donde aprendió muy bien su oficio y sintió que, verdaderamente ese era su camino.
Dio a conocer su decisión poco antes de su partida. Esto impacto fuertemente en su familia, amigos y demás relaciones.
Sus padres estaban muy tristes y creo que, en el fondo, no tan sorprendidos; lo sintieron como una perdida, ya que no la verían muy seguido.
Algunos se sintieron con derecho a opinar sobre esto, y no solo eso, trataron de disuadirla respecto de su elección.
De alguna manera, tenía que intermediar entre ella y los demás.
Recuerdo haber sentido mucho orgullo por mi amiga que, con mucha valentía, y no menos dolor, eligió seguir a su corazón. Porque también sintió dolor, e incertidumbre; lo primero por causarle angustia a sus padres, lo segundo por zambullirse en una vida que, al entregarse a ella, tendría que ir conociendo y eligiendo cada día.
Con el paso de los años, se fueron calmando un poco los desánimos para dar lugar a la realidad, había vuelto muchas veces a su casa y también me dedicaba buena parte de su tiempo.
Yo le organizaba los horarios según sus deseos de ver a ciertas personas. La acompañaba siempre al aeropuerto y visitas a su casa matriz, donde aprendió sobre su nueva vida.
Soy una especie de secretaria y chofer oficial. -¡jajaja!!
Pasó el tiempo y sus padres ya no están.
Hace ya cinco años desde su última visita cuando, por un accidente en la ruta, la dejé con mucho retraso en el aeropuerto, puse balizas en la puerta de los vuelos internacionales y sacamos su valija del baúl con apenas 30 minutos previos al horario de salida de su vuelo.
Nos miramos, sabiendo que no había tiempo para estacionar y volver para acompañarla a la sección de embarque, como habitualmente hacíamos. Sin mediar palabras, que en mi caso no hubiera podido pronunciar por el nudo en mi garganta, nos abrazamos fuerte, y me quedó una extraña sensación de vacío, de cosas por compartir.
Desde entonces, seguimos comunicadas por videollamadas.
Una de las últimas veces me dijo, como al pasar, que estaba muy cansada de viajar.
Eso quedó tintineando en mis oídos y en mi corazón.
-¿Será quizá que esté queriendo prepararme, para que me acostumbre a la idea de que va a dejar de venir? Es posible.
Y siendo honesta, me apena, aunque mi capacidad de amarla y comprenderla supera un poco mi tristeza.
Como no me atrevo a preguntarle, por miedo a confirmar mi sospecha, trato de no pensar en eso y disfrutar al máximo nuestra cibernética relación.
Mas, cada tanto me pregunto: -¿Habrá sido ese nuestro último abrazo en esta vida?
Miriam Venezia
21/08/2024