Salvador Galindo

Poema de otoño

Todo demasiado oscuro

para leer la corroída intimidad de una hoja de papel en otoño

ese nebuloso vacío dibujado tímidamente

con las huellas de un lenguaje sin carne.

Las luces encendidas abrigan

la paciencia de los que callan sin nada que esconder.

Silencio, sólo por el placer de palpar el hermetismo de unos labios

y la palidez de un secreto no dicho ni escrito.

 

La memoria que cabe en un haz de luz

destiñe los rincones de un encierro perfecto ¡el mío!

Aquel que me permite la ventaja

de reciclar los nombres y las promesas

vencidas por el desenfreno y la inexistencia.

Ahora, ellas anhelan con hambre animal

el fuego de aquellas luces ingratas,

Desean la absurda y erótica descomposición

de una hoja de papel marchita, confundida

entre una pila de hojas otoñales.

 

¡Qué vergüenza! La del espacio en blanco

Libre de su acrisolada matriz.

Todo se reduce a la ilusión de destilar la sombra que somos,

renunciando a una luminosa mortalidad.

Solo persistirá, a pesar de nosotros,

la fecunda labor destructiva de un Sol escarlata

y la insaciable sed de oscuridad de las palabras.

 

Todo nuevamente vacío, extrañamente festivo

voy creando muros al pensar

llenando los abismos que mi cuerpo no comprende

y el mundo en su faceta otoñal conspira

para que lo escrito sea enterrado

desnudo de sentido en el asfalto racional,

la materia oscura de todos los tiempos y espacios.

 

Todo demasiado oscuro

para descifrar la corroída pizca de interioridad

de una hoja de papel en otoño.

En este, mi verdadero encierro perfecto

que me permite el ocio de reciclar los nombres y las promesas

vencidas por el desenfreno y la inexistencia.

¡Qué marchita metáfora!

La de la hoja en blanco y el maldito lápiz que la posee

derramando, convidando a todos los ausentes.