Todo demasiado oscuro
para leer la corroída intimidad de una hoja de papel en otoño
ese nebuloso vacío dibujado tímidamente
con las huellas de un lenguaje sin carne.
Las luces encendidas abrigan
la paciencia de los que callan sin nada que esconder.
Silencio, sólo por el placer de palpar el hermetismo de unos labios
y la palidez de un secreto no dicho ni escrito.
La memoria que cabe en un haz de luz
destiñe los rincones de un encierro perfecto ¡el mío!
Aquel que me permite la ventaja
de reciclar los nombres y las promesas
vencidas por el desenfreno y la inexistencia.
Ahora, ellas anhelan con hambre animal
el fuego de aquellas luces ingratas,
Desean la absurda y erótica descomposición
de una hoja de papel marchita, confundida
entre una pila de hojas otoñales.
¡Qué vergüenza! La del espacio en blanco
Libre de su acrisolada matriz.
Todo se reduce a la ilusión de destilar la sombra que somos,
renunciando a una luminosa mortalidad.
Solo persistirá, a pesar de nosotros,
la fecunda labor destructiva de un Sol escarlata
y la insaciable sed de oscuridad de las palabras.
Todo nuevamente vacío, extrañamente festivo
voy creando muros al pensar
llenando los abismos que mi cuerpo no comprende
y el mundo en su faceta otoñal conspira
para que lo escrito sea enterrado
desnudo de sentido en el asfalto racional,
la materia oscura de todos los tiempos y espacios.
Todo demasiado oscuro
para descifrar la corroída pizca de interioridad
de una hoja de papel en otoño.
En este, mi verdadero encierro perfecto
que me permite el ocio de reciclar los nombres y las promesas
vencidas por el desenfreno y la inexistencia.
¡Qué marchita metáfora!
La de la hoja en blanco y el maldito lápiz que la posee
derramando, convidando a todos los ausentes.