Bajo el cielo que antaño fue mío,
hoy mi hijo se lanza al confín,
con el mismo fervor y desafío,
que yo sentí al pisar su jardín.
El campamento lo llama al abrazo,
de la naturaleza en su esplendor,
y en su risa yo hallo el lazo,
que une su alma a mi viejo ardor.
Con sus ojos de asombro encendidos,
él descubre el mismo rincón,
donde en sueños yo fui conducido,
por la magia del campo en su canción.
Y aunque se aleje en su travesía,
con alegría lo dejo partir,
pues en su entusiasmo yo veía,
el reflejo de mi antiguo sentir.
En la tienda nueva que le compré,
y la linterna que alumbrará su andar,
reviven en mí los recuerdos que dejé,
de campamentos que no volveré a amar.