Entre conjuros y cánticos
con elevados tintes de melancolía,
he visto
y no se me olvidará nunca,
brujas de noche
y brujas de día,
brujas durmiendo a la serena
y brujas que riman,
con aguja,
burbuja,
cartuja,
cruja,
dibuja,
empuja,
granuja,
maruja,
repuja
y sobrepuja.
Hay siguiendo con esta letanía,
muchas brujas
que perdidas andan
en busca de aventuras,
y con sus prisas
se cuelan por las chimeneas
y a veces se chamuscan.
Pero entre todas las brujas
hay una
que tiene una mirada felina,
la nariz larga
y en ella una verruga.
Vive ella
en los libros de fantasía
y en los ojos vidriosos
de los sapos que habitan
en las charcas de nuestras vidas.
Pobres brujas
fueron ellas perseguidas
y de una forma brutal
a cenizas reducidas
por el clero malicioso
que verlas quería
en prisión y desnudas.
Las brujas se escondían
para cuando con saña
eran denunciadas
ante la justicia,
las blancas y las negras,
las rojizas y las amarillas,
todas al final convertidas
en tristes heroínas
de una muerte
que ni buscaban ni querían.
A las tres de la madrugada,
hora de las brujas,
un silencio se prolonga
por allí donde ellas viven
entre intrigas
procurando placeres
a quienes de ellas requieren
favores
con que alegrar sus vidas.