Yeshuapoemario

Arroja tu carga sobre Jehová, y él te sostendrá. Jamás permitirá que caiga el justo (Sal. 55:22).



En el tejido de la existencia, cada hilo de prueba se entrelaza con fibras de fortaleza, formando un tapiz de experiencia humana. No es la mano de un solo ser la que guía cada hebra, sino un conjunto de fuerzas, algunas visibles y otras ocultas en el misterio del cosmos. La fe de muchos encuentra consuelo en la creencia de una presencia divina que escucha y responde, un refugio en la tormenta, un susurro en el silencio que alienta el alma cansada.

En los valles sombríos de nuestras pruebas, donde las sombras se alargan y el camino se vuelve incierto, muchos buscan señales en Jehová, un faro de esperanza en la oscuridad. Algunos encuentran respuestas en textos sagrados, versículos que resuenan con promesas de auxilio y salvación, palabras que han sostenido a los creyentes a través de los siglos, ofreciendo consuelo cuando el corazón se siente abrumado.

Pero la vida, en su infinita complejidad, no se rige por una sola regla ni se despliega en un único patrón predestinado. Como las estrellas en el firmamento, cada suceso brilla con luz propia, un punto en el vasto lienzo del tiempo y el espacio. No todos los caminos conducen a un final feliz, y no todas las pruebas se resuelven con una lección aprendida o una bendición disfrazada.

Aún así, en la búsqueda de significado y propósito, muchos hallan fuerza en la noción de una presencia divina que acompaña, que no dirige cada paso, pero que ofrece un refugio seguro, un oído atento, y un corazón que comprende. En la quietud de la reflexión, en el calor de la comunidad, en el acto de la oración o meditación, encuentran un eco de esa ayuda celestial, un aliento en la lucha, un consuelo en el dolor.

Y cuando la tormenta pasa y la calma retorna, miran atrás y contemplan el camino recorrido, a menudo con una nueva apreciación por las pequeñas victorias, los momentos de gracia, y las manos amigas que se extendieron en tiempos de necesidad. En retrospectiva, algunos ven un patrón emergente, una serie de coincidencias fortuitas o intervenciones sutiles que les dieron fuerza y dirección.

La vida fluye como un río, con sus corrientes y remolinos, sus aguas tranquilas y sus rápidos furiosos. Cada uno navega su curso, a veces con la sensación de una guía en Jehová, otras veces con la certeza de estar solos ante el timón. Pero en cada corazón que busca, en cada alma que pregunta, hay un anhelo común: encontrar la luz en la oscuridad, la paz en la tormenta, y la esperanza en cada nuevo amanecer.