Otxamba Quérrimo

Por el desfiladero de esquinas de un carrer de El Carmel

LAMÍA UNA SIRENA VENTANAS, MIRADAS,
ensalivándolas con un mal pronunciado malestar.
Lamíalas, a prietos kilómetros por hora,
cantando colores y urgencia.
Algunos oídos, entretanto, viandaban.
Algunas paredes… gruñían.
Hasta que, enredada en un mechón de asfalto, la sirena.
Paredes y oídos se detuvieron:
decúbito sobre la tarde, 
una canosa letra de piso de portal de número,
con todos sus años por los suelos,
irrumpía en la calle,
embozada en surcos de luna 
y esa larga cabellera de recuerdos arrastrable.
Otra vida vida aparte era.
Otra jaula de muerte, menos que vacía, abierta,
pero demasiado parecida
a todas esas ventanas, miradas,
igualmente desposadas con la decrepitud
y, por tanto, 
igualmente agazapadas sobre ella.
Qué la desalfabetizó, 
si un cangrejo tejicida,
un pulmón que enviudó del aire,
una memoria dormida, 
silencios de corazón, 
una caída…
poco importaba.
Se apergaminó. Punto,
explicarían las aceras, los garajes. 
Y, como la edad se le escurría a borbotones,
se la llevó consigo la sirena.
Pero antes, 
el vecindario se encharcó con su vejez,
los adoquines se arrugaron, 
y un coro de toses póstumas, convexas, cariaconteció,
encorvando visillos, 
desdentando escaleras, farolas.
Paredes y oídos, ya a solas, despeñaron un adiós;
miradas-ventana, alivio.
Acaso mañana ninoninoniasen por ellas.
Pero no: no esta vez.

 

La otra luna de la cara (2024)