Se crece avanzando por la huella a tientas,
en la que cuesta encontrar los sonidos
y las luces, que se ven tras un cristal esmerilado
o se escuchan en una ahogada resonancia.
Se avizoran espacios vacíos en la incertidumbre
de un porvenir al que se encara, sin embargo,
sin temores ni angustias, con ese desborde
de deseos y libertades del ánimo.
Es la madrugada de la vida y se vive
en desconciertos, pero sin daños ciertos
y en una ceremonia frutal
llena de entusiasmos que avasallan.
Se afianzan los balbuceos y se llega a la palabra
el entendimiento se ilumina como ese farol
que colgado oscila marcando un rumbo
y aparecen las virtudes grabadas por el ángel.
Hay que descifrar colores entre la tierra y el aire
y saber de esos contrastes entre el dolor
y la ternura del beso y la caricia suave.
Estoy en el futuro, en ese futuro que vislumbraba en mi pasado
y lo vivo en transparencias, jamás deshabitadas, y ver
que el coraje de vivir ya dio sus frutos.