Al final todo es lo mismo:
el viento nocturno que sopla desde mi ventana
mientras veo alejarse las luciérnagas entre las ramas verdes de los árboles,
volver al rincón oscuro de la buhardilla
donde Matryona sigue su deambular rutinario,
donde, por fin, entiendo que ni yo soy narrador de nada,
ni existe ninguna Nástenka ficticia por quien lamentarse…
Al final se impone el mundo:
se revuelven los orcos
que triunfan en sus charcos de miseria
y podredumbre…,
mientras todo se derrumba y yo,
sin ganas de mancharme,
consciente de un caótico destrozo
en mi universo,
ajeno a mil delirios innombrables,
quisiera esfumarme poco a poco…
Y, con apenas un atisbo de su aroma en mi recuerdo,
vuelve de nuevo ella a la alborada,
cuando los ecos del averno
han remitido y sopla el viento fresco…
cual devenir de sentimientos encontrados: amor y odio.