Yeshuapoemario

Jesús el hijo del Dios del amor

 
En el vasto lienzo del universo, donde cada estrella es un pincelazo de eternidad, se teje la historia de Jesús, el hijo del Dios del amor. No es una narrativa común, sino una poesía divina que resuena en las fibras más profundas del ser. En el principio, antes de que el tiempo bordara su primera hora, ya era Él, el Verbo, la Palabra viviente, el eco del amor insondable de Dios.
 
Como un río que fluye desde la fuente más pura, así es el amor de Dios, que en Jesús encontró su cauce perfecto. Él, el reflejo del Padre, la imagen de lo invisible, vino a nosotros como luz en la oscuridad, como esperanza en la desesperación. En su mirada, la compasión de mil soles; en su palabra, la verdad que desata cadenas; en su abrazo, la paz que el mundo no puede dar.
 
Jesús, el hijo del Dios del amor, caminó entre nosotros, sus pasos eran melodías que componían sinfonías de gracia. Cada gesto, cada parábola, era una estrofa en la canción del cielo, invitándonos a danzar al ritmo del perdón. Él, que calmó tempestades con su voz, que pintó milagros con sus manos, que escribió redención con su sangre, nos mostró el camino hacia el corazón del Padre.
 
En el madero, donde el dolor y la misericordia se encontraron, Jesús entregó su último aliento. Pero la muerte no pudo contener la vida que en Él habitaba. Como el sol que despunta en el horizonte, Él resurgió, triunfante, desplegando las alas de una nueva creación. Su resurrección, la firma de Dios en la declaración de nuestra libertad.
 
Ahora, en cada oración, en cada acto de bondad, en cada sacrificio de amor, Jesús, el hijo del Dios del amor, sigue vivo. Su espíritu sopla como el viento que no vemos, pero sentimos, moviendo los corazones hacia la eternidad. En Él, encontramos el sentido de nuestra existencia, la razón de nuestra esperanza, la certeza de nuestro destino.
 
Así, la historia de Jesús, el hijo del Dios del amor, continúa fluyendo, un río que no conoce fin, que atraviesa las edades y llena de vida todo lo que toca. Es una poesía que no se acaba, una canción que nunca cesa, una promesa que siempre se renueva. En cada amanecer, en cada vida transformada, en cada acto de perdón, Jesús es el amor de Dios hecho carne, el amor que nunca falla, el amor que siempre salva.