Salvador Galindo

Lobotomía

\"La existencia no es más que un cortocircuito de luz entre dos eternidades de oscuridad\". Vladimir Nabokov.

 

Sin otra sensación de vértigo que la de ser

haces de tus días una sucesión arbitraria de exclamaciones,

como el de tu corazón egoísta, que sabotea el calendario de sus omisiones

hasta rumiar el delirio de su sangre,

como si con eso pudiese desdibujar

el orden de las cosas y sus decepciones respectivas.

El cerebro no dimensiona la belleza del vacío que lo rodea

se parece al desierto de las reflexiones tardías.

El filo penetra en la cavidad,

una tierna onomatopeya corona la cirugía,

Es el bisturí de la conciencia

¿o será nada menos que tú mismo en tus oxidadas noches de soledad?

El yo como la escisión de moda,

una digresión racional antes de vivir la perturbación,

y la navaja que ahora recorre los sentidos.

Vive el imperio de tu desintegración.

El experimento es la realidad,

ella tira de las cuerdas

a medida que el silencio modula tus secretos.

Inspirar es la clave y la maldición.

Recuerda a tus amadas y a tus cartas en el basurero

la memoria es ese monstruo,

que ahora conspira, que tiene el hambre suficiente

para devorar los conceptos.

La sombra debajo de la cama,

la voz misteriosa en tu cabeza,

toma de la mano de ese fantasma que antaño eras tú,

como el Hamlet polvoriento de la escuela,

escapando del Sol de la vida pública,

buscando un vientre en el cual delirar sobre el origen (incierto)

y reinventar el futuro en lo que acabe su tiniebla,

y en lo que acabe la dosis, la dosis narcótica.

Se está tan sano como sano se sienta,

como diría el solitario que sueña

con una ética sin lugar en el asfalto.

Medita a contra corriente a veces tropezando con su propio discurso,

como el hombre del siglo XX, errático, indeterminado

ametrallando la realidad,

la guerra interior que para el filósofo es lo humano, el absurdo divino.

De este examen no se redime a los redentores,

la auto ayuda es la escritura abortada de los conformistas,

solo deja que la caída te empape,

que las palabras te envuelvan en su tinta fugitiva.

Sobre esta postura no hay métodos, no hay fines

que sea el pensamiento que interprete su disonancia

libre como un jazz trasnochado.

La existencia ya es lo suficientemente tragicómica.

Despiertas del trance con un sabor agridulce en la boca,

sientes que lo querido y lo tocado se casa con su sombra

que el fantasma te vuelve al cuerpo

porque ya no basta con la abstracción

(Ni que le invoquen en vano como a Dios),

que era simplemente el frío de los que se buscan a sí mismos

sin saber qué diablos buscaban,

el asco que no tiene otro límite que el mundo.

Vívelo ahora que la poesía, como el amor, oxigena tu sistema.

Entonces, romper la ley consagra la limitación,

le da saliva a los silencios, un cuerpo amado para sus muertes,

una gimnasia furiosa a sus reflexiones,

un punto suspensivo a esta representación,

sin otra garantía que tú mismo, lector, impostor,

buscando la inspiración en el ojo de la tormenta.

Es la ficción que todo lo quiere devorar, que todo lo quiere extirpar,

el lenguaje malcriado que ahora se destierra a sí mismo del poema

(Formando su familia bastarda en otra parte)

como si fuese la carta maldita de alguna desconocida,

lee y sabrás que te interpela, que deseas perderte en lo ya perdido,

que deseas absorber tu propia existencia

a escondidas de los maestros

palpitando la ironía a tajo abierto.