Es de una quietud que invita...
Parece como si se amansara el pulso,
ese sucederse constante de una especie de corazón
sobre la ciudad, como una bomba succionadora
y dadora que secuencialmente libera y retiene la savia
que el tráfico necesita para seguir siendo, y un bajo
continuo se hace fuerte sobre el aire afuera, puede
que sean las cigarras palmeando sus élitros
para darse árnica, el calor empieza a estar y la voz
de una obra —tan típicas en verano— es ya un mantra.
Todavía es temprano y me encuentro bien, aquí,
escribiendo, y esta mañana, sí, me sobra el reloj
con sus horas para jugar, relajarme, y darme tiempo
hasta que tenga que levantar el campo para la labor.
No sé qué escribir, la verdad, y me limito, no queda otra,
a plasmar lo que a la cabeza se me viene, sin ton ni son,
y un adormecerme me acomete ahora, como cuando
acabo de hacer el amor y ella se va, y me quedo pensando
sobre la inmensidad de la ventana, y me entran ganas
de acostarme en el mismo lecho de autos, respirar de nuevo
su aroma ya muerto, rebobinar la película que acabamos
de protagonizar, repasarla para mejorar algún detalle,
volver a rodar algunas escenas...
Voy a parar un poco, unos segundos, apoyar la cabeza
en la mano acodada en la mesa y procurar despertarme,
un café, una tostada, todavía no, quiero seguir escribiendo,
me gusta hacerlo en este estado porque las puertas
del inconsciente, bajo este sopor, no quedan cerradas
del todo, y así, por si cae la breva, entrar como Alicia
en un submundo vedado para mí, mágico, de papel,
donde la gravedad es más lenta, donde me da tiempo
a poner las cosas en su sitio mientras caigo, y de pensar,
o de dejar suelta la mente a ver a qué parajes me lleva.
Voy a entrar, y si encuentro algo interesante prometo
enseñarlo —no doy un duro por ello, jajaj—.