Me gusta cuando volvés del baño,
fumando,
vistiendo esa cadenita
que te regaló tu madre,
esa de Santa Cecilia,
no sé qué tiene
que se te ve tan bien
cuando estás desnuda.
Te sentás a charlar
con mi cuerpo vestido
mientras espero el desorden
de mi camisa
hecha un bollo en el piso,
la que tanto planchaste
para dejarla prolija,
y el cigarrillo te humea
fumándose solo,
juntando cenizas de labios
que ahora se fuman los míos,
me puede tu dejo a tabaco.
Me gusta cuando
me asalta el instinto
de olerte,
como un perro a un extraño,
y ese perfume que no te pusiste,
el que usas cuando te vas,
es un confesionario
y confieso,
entre otras cosas innombrables,
que no hay algo más santo
que tu mano
apretando mi pelo.