Desde la ventana veo
como pasa el sol
por debajo de las nubes
por debajo de los árboles.
Una maraña de pasos blancos
se tropiezan con sus sombras,
pero no caen
como caen las hojas
vueltas pájaros amarillos.
El ayer entonces
aprieta mi vientre y el aire,
denso como un suspiro,
se convierte en vidrio,
una pantalla entre el mundo y yo,
donde todo se refleja
sin tocarse.
El sol, que es un reloj
suspendido en el cielo,
clava sus agujas
en el vientre de la tarde
que flota sin sentido
bajo el dorado silencio.
Las nubes son islas rojas
que danzan sobre un mar
de olvido celeste y gris
y el sol, un dios exiliado,
que se oculta tras las cortinas
de la inmensidad
Desde la ventana veo
cómo la noche asoma
su rostro de azabache,
y las estrellas,
como ojos cerrados,
me observan en su sueño eterno,
mientras yo sigo despierto,
y esperando.