A Inmaculada y Eva, a Magdalena, mis compañeritas de la Escuela, por aquellos besos inocentes que no dimos a escondidas, detrás de los árboles, huyendo del Maestro que las celaba a morir
Arrinconado en las sombras,
En esos pedestales de la noche infinita,
Nichos de la desmemoria….
Arrinconado ahí, en las orillas de la nada,
Al borde del comienzo,
cuando los ángeles duermen en su lecho de espumas,
Sin tocar todavía las dianas de la aurora,
Te desando…,
Escalo por los fluidos de tus carnes en ciernes,
te busco en las brumas del sueño inacabado,
que habitará tus pupilas y las mías…
hasta cundo la luz anuncie la partida,
y tomemos cada cual su cruz…,
Y caminamos los abismos del silencio…
tu sombra y mi sombra pobladas ya de carnes,
Hasta cuando aprendas a soñarme,
como si lo soñaras, tú besarás mis labios,
con un ardor extraño, sin saber quién lo trajo,
quién incubó en tu lengua su hálito divino…!
y descubrir entonces que te han llamado Eva,
Magdalena...?
Inmaculada, tal vez?
quién lo supiera...!
o quizás son una misma encarnación divina…
Hoy siento en mis heridas tu boca sediciosa,
Y maldices mi nombre y escupes mis harapos….
Y yo me deshilacho vagando por el mundo,
Y como tú, me trago los ojos de las gentes.
Buscando esa mirada que nos dimos, ¿recuerdas?
Bajo esos pedestales de noche infinita…