Mercedes Bou Ibáñez

Pienso... Luego estorbo

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En este jardín florido
de palabras tan vivaces,
fácil es hallar camino
que vaya a ninguna parte,
pero que difícil es
que se le pueda dar forma
al siempre eterno dilema:
¿Por qué la tierra es redonda
pudiendo ser un poema?
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¿Os acordáis de aquel mundo multicolor, donde vivía la abeja Maya? Aquel donde los aguacates hablan en verso y los pepinos hacen yoga a la luz de las  tinieblas, pues allí es inevitable preguntarse si las estrellas prefieren el té con leche o sin leche. Pero nadie responde, las mesas se hacen las sordas bailando al compás de una sinfonía orquestada por camellos alienígenas y los árboles les hacen cosquillas a los gorriones, mientras se les deshace la boca pensando en galletas untadas con nocilla de colores, es por eso que vienen a mi mente ciertas inquietudes que azoran mi pensamiento. 
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¿Acaso el sol se viste de luna para ir de compras o solo se pinta las uñas con los treintaisiete colores del arcoíris? En este jardín de palabras flotantes, es más fácil encontrar una brújula que indique el camino hacia la nada que una respuesta coherente sobre: ¿Porqué si la tierra es redonda, se llama planeta? Si fuese plana, ¿se llamaría redondeta? Ni el celebre Perogrullo en sus mejores días se hubiese atrevido a tanto.
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Esto es lo que yo pienso en mi humilde opinión, claro sin ofender a los que piensan diferente. Es mi punto de vista, pero viendo así a un poco mas de profundidad sin pelear y tratando de dejar todo claro, teniendo en cuenta las características de cada uno, y tomando en claro mis investigaciones sobre el problema que esto genera, yo pienso sinceramente que están perdiendo el tiempo leyendo mi publicación, ya que por leerla no cambiará el mundo, las ballenas seguirán cantando ópera mientras los paraguas confabulan con las galletas de jengibre para conquistar la luna ya que dicen las lenguas de doble filo, que los americanos nunca estuvieron en ella, y ya puestos, aprovecho para decir que mi primo Anselmo me ha dicho que si quiero ir con él a La Toscana para la siega del espagueti, dice que pagan muy bien.
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Por esto y por otras cosas peores es por lo que en el jardín de las ideas absurdas flotan sombreros de plomo, y los pezones discuten sobre la gravedad de volar alrededor de un arcoíris descolorido, mientras los relojes de Dalí huyen en patinete hacia un horizonte de pizzas voladoras. Y el viento se entretiene escribiendo poemas en la barriga de un pulpo malabarista que actuó un día con Los Héroes del Silencio en un concierto en El Bernabéu, el día aquel en que las estrellas, celosas de su habilidad, se convirtieron en caramelos para el festín de cumpleaños de Dumbo, monarca de los elefantes voladores.
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Mientras estos hechos acontecen, bajo una fuerte lluvia de azucarillos con aguardiente, los cangrejos debaten la existencia del tiempo, y las puertas se entretienen susurrando secretos a las lámparas de carburo. La tierra gira al revés, regresando a un pasado donde los cocodrilos jugaban ajedrez en la cima de los árboles, y la luna, disfrazada de cardo borriquero, se ponía sus bragas de esparto para sorprender al sol en un baile de sombras, olvidando por completo que el amor sólo se mide en cucharadas de locura.
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En mi humilde opinión, claro quede y solo mía, los relojes de sol deberían tener piernas de madera, como Pinocho, para poder bailar un cha-cha bajo una lluvia de espaguetis a la carbonara. Sin ofender a los pingüinos que piensan diferente, pero es mi punto de vista, así como también  pienso que los cactus pueden ser buenos filósofos si se les da el tiempo suficiente, sin meterles prisas. Ahora bien, si observamos al girasol cuando va girando al revés, nos damos cuenta de que los elefantes flotan porque el chocolate está espeso, de no ser así se entretendrían escribiendo cartas a sus abuelos en un rincón del desván. 
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Casi estamos ya al final del día, y yo, con las neuronas fatigadas por el enorme esfuerzo que han de hacer para mantenerme sobria, creo sinceramente que las patatas fritas están a punto de ganar un premio Nobel por su contribución a la serenidad en el planeta y por su papel secundario en el elenco de actores de todos los Mac Donald del universo. 
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¡Y qué decir de los zapatos que vuelan, o si los peces llevaban corbata de flores en la quinceañera de la iguana! En fin, todo es un cuento entretejido por la lógica de un caracol que coleccionaba relojes de paja y corbatas de porcelana.
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 ¡Gracias!
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Aquí termina esta danza
de ridículos enredos,
frases que no coordinan
por mucho que ponga empeño
y sigue girando el mundo
con todo su estercolero
mientras yo, sinceramente
creo estar perdiendo el tiempo.
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Mercedes Bou Ibáñez