En sombras densas, donde el río susurra,
Un lamento se alza, profundo y oscuro.
La Llorona vaga, alma en pena y pura,
Buscando a sus hijos, en la noche oscura.
Con velo de niebla y ojos de lucero,
Su rostro es un lienzo de dolor sincero.
Su vestido blanco, manchado de rocío,
Se mece al compás de un triste suspiro.
“¡Ay, mis hijos!”, clama con voz de cristal,
Quebrando el silencio de la noche astral.
Su eco se pierde en la brisa nocturna,
Un gemido agudo, una pena eterna.
Traicionada en el amor, su corazón herido,
La llevó a un acto de locura, olvido.
En las aguas frías, sus hijos encontraron,
Un trágico final, un destino funesto.
Ahora vaga sin tregua, condenada a llorar,
Su alma atormentada, sin lugar a donde ir.
Un frío glacial envuelve a quien la ve,
Un escalofrío que hiela hasta el ser.
En las noches de luna, cuando el viento aúlla,
Su figura se alza, espectral y bella.
La Llorona, leyenda de amor y dolor,
Su llanto resuena por siempre, añorando el calor.
Gonci