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Berta y Marcos caminaban por la playa, el aire salino acariciaba sus rostros y llenaba sus pulmones con un sabor a nostalgia. Habían sido inseparables desde la infancia, pero hacía tiempo que las sombras de un silencio incómodo les separaban más de lo que ellos deseaban admitir.
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Berta miraba el mar con ojos perdidos, recordando momentos felices que se sentían lejanos y desdibujados. Había querido decírselo tantas veces: su cariño, su deseo, su tormento. Pero las palabras parecían desvanecerse, ahogadas por el miedo al rechazo. Esa tarde, el eco de sus pensamientos resonaba más fuerte que el rugido de las olas.
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A tu desprecio me rindo, murmuró Marcos, como si leyera su mente. Se detuvo y giró hacia ella, con una tristeza palpable en su voz. Ya no sé qué más decir, pero creo que debes oírlo. Por ti, dejé mis sueños y caí en este abismo sin final.
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Berta sintió que el corazón le golpeaba fuerte en el pecho. ¿Qué quieres que entienda, Marcos? Su voz temblaba mientras buscaba la manera de expresar lo que sentía. ¿Qué debo comprender de este amor que arde y que nos consume sin darnos tregua Me muero por ti, y veo que no lo entiendes.
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Marcos la miró fijamente, el destello de su amor oculto brillando entre las sombras de la melancolía. Creo, amor, que mi ardor no te ha llegado. Me inflamo por ti, pero temo que tú no sientas lo mismo… Era como si unas cadenas invisibles los mantuvieran cautivos en un ciclo doloroso de inseguridad.
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El aire cargado de incomunicación se volvió denso entre ellos. Solo con tu olor, mi carne se derrite, continuó él, su voz un hilo de desesperación. Pero busco a alguien que me quite estas dudas que atormentan mi mente. ¿Acaso no ves la tormenta que llevamos dentro?
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Berta sintió un leve temblor de esperanza en su pecho, como si una luz pequeña comenzara a asomarse entre la penumbra. Aspiro a romper las dunas de nuestra indiferencia, confesó. Esas que el viento no puede deshacer, pero que me asfixian el alma.
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Marcos extendió su mano hacia ella, la palma abierta, un puente tender hacia lo desconocido. ¿Y si escapamos de todo esto? preguntó. ¿Y si nos proponemos alcanzar la raya del horizonte juntos, buscando una nueva senda que nos devuelva la fe?
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Ella miró su mano, la tuvo entre las suyas y sintió que algo se desataba dentro de ella, como el tronar de un rayo en una tormenta. Esa oportunidad, esa promesa de dejar atrás los temores y los rencores atrapados, era su salvación.
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Quizás, solo quizás, esta alma negra que tengo dentro necesita de ti para volver a vivir, dijo Berta, con la voz entrecortada y la esperanza brotando como una flor en medio de la adversidad.
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Y así, entre el murmullo del mar y el cálido abrazo del viento, Berta y Marcos comenzaron a caminar, dejando atrás una melancolía que había dominado sus corazones.
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Con cada paso, el eco de su amor resonaba más fuerte, recordándoles que aún en la oscuridad, siempre había una luz dispuesta a guiarlos hacia la esperanza.
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Pero no llegaron a alcanzar la raya del horizonte,
la inseguridad y las dudas no son buenas compañeras de viaje
y Berta continuó su viaje sola.