Yeshuapoemario

Muchas mujeres usaban sus bienes para atenderlos (Luc. 8:3)

 

En los albores de la fe, María Magdalena,

liberada de sombras por la luz divina,

siguió con devoción la senda cristalina

de aquel que con amor su alma enardece.

 

Ella, agradecida, su camino emprende,

junto a Jesús, maestro de la verdad suprema,

y en su ministerio, como fiel diadema,

brilla con el fulgor que su fe enciende.

 

No solo por ella, su gratitud se extiende,

sino por el sacrificio de redención plena,

que en amor se consuma, en la historia se encomienda.

 

Al pie del madero, su lealtad se afianza,

y en la tumba, con aromas, honra la pena,

esperando el alba de la esperanza.

 

Y cuando el sepulcro la muerte desmiente,

y el resucitado ante ella se presenta,

su corazón exulta, su espíritu canta,

pues ve en su maestro la vida que reinventa.

 

María, testigo de la gloria incipiente,

con especias y lágrimas su amor representa,

y en el jardín del alba, su fe se alimenta,

al conversar con Jesús, la muerte ausente.

 

Así, la Magdalena, en su fervor ardiente,

nos enseña el camino de la fe contenta,

que en los actos de amor se manifiesta y siente.

 

Porque en cada gesto de apoyo y de cuidado,

en cada mirada de compasión ardiente,

se refleja el amor de Jesús amado.

 

Y en la historia queda, como eco sonante,

la lección de María, en su amor constante,

que aún hoy resuena, profundo y vibrante,

en corazones que buscan ser amantes

de la verdad que Jesús estuvo predicando,

y en su resurrección, eternamente, dando.